Funámbulos, trágicos o grotescos, estos difuntos, extraños y volátiles son emblemas de los ascensos y descensos de la afectividad, engendros de obsesiones, propósitos, deseos y recuerdos, prodigios o exploraciones oníricas o imaginarias, a veces contorsiones del humor negro. De extraordinarias aptitudes para la estricta consagración documental del espectáculo cotidiano, Garmendia suele deliberadamente acentuar la tensión poética de su estructura, enrarecer la atmósfera, concentrar su registro visionario, macerar las palabras —"palabras con sabor, con tacto, con emanaciones y asperezas"—, exasperar el gesto y el por menor, o abandonarse a esa "desesperada sintaxis urbana que (se ha) acostumbrado a leer sin desconcierto", hasta transfigurar los hechos, personajes y situaciones de sus relatos, hasta volverlos simbólicos, absurdos, casi irreales.
Salvador Garmendia se maneja con los mismos recursos del recuerdo involuntario que constituyó el descubrimiento clave de Proust para la aventura espiritual que postuló A la recherche du temps perdu, a partir del sabor de la magdalena. Solo esa memoria involuntaria es capaz de recoger lo que la lucidez del recuerdo no puede atrapar del pasado vivido, o sea, su sensibilidad concreta y real, su capacidad de resonar en el presente con una fracción del organismo humano entero parecida a la que vivió originalmente e inducirse la experiencia que luego fue olvidada.
Ángel Rama

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